Caterina
es una pieza de danza que ha creado el taller de la escuela de danza Botànic,
dirigido por Gema Gisbert. Pero Caterina también es una adolescente muy
especial, que se convierte en la referencia del trabajo realizado por el
mencionado grupo. Se trata de una niña a la que su enfermedad le permite andar
después de mucho esfuerzo y trabajo de estimulación, llevado a cabo sobre todo
por Ana, su madre, pero no levantarse del suelo una vez se encuentra allí, para
eso necesita ayuda.
Antes de ver la pieza de danza
propiamente dicha, asistimos a la proyección de un video en el que Caterina
interactúa con los miembros del taller y se comunica con ellos. Se le ve feliz
y da la impresión de estar muy relajada con la situación. Esas imágenes nos
hacen pensar, inevitablemente, en el enorme valor terapéutico de la danza. Creo
que la exhibición del video está más que justificada, pues de este modo uno ya
conoce de primera mano a Caterina, su mirada, sus limitaciones motoras, su fragilidad,
su risa, y eso hace innecesaria cualquier explicación que pretendiese
introducirnos en el marco referencial de lo que vamos a presenciar.
Después de ver el video pasamos a una
de las aulas de la escuela, donde tiene lugar la muestra de la pieza de danza.
La primera parte es quizá algo más formal que la segunda, también es más corta.
Los ocho miembros del taller, Marta, Lucía, Maribel, Susana, Toni, Ana, Laura y
Miguel forman, uno a uno, una hilera que Gema observa desde un rincón mientras
se ocupa de la música: suena Bach. Esa fila integrada por ocho elementos se va
diluyendo y a veces da la impresión de estar a punto de volver a constituirse,
aunque eso no acaba de suceder finalmente. Es como un mecano o uno de esos
juegos de construcción de los niños en los que las diferentes piezas se pueden
unir o separar de diversos modos: se conectan de frente o de espaldas, también
de perfil, a más o menos distancia unas de otras, entrando a formar parte de
una hilera de piezas alineadas o abandonándola. Todos se mueven dando pequeños
pasos, a veces solamente un par o tres, otras veces unos pocos más, en estos
casos los pasos se hacen algo más largos. Así que, por ejemplo, dos miembros
del grupo se miran de frente y en un instante se dan la espalda o tienen a
otros dos miembros más entre sí, lo que tiene como consecuencia que la hilera
se convierta sucesivamente en líneas paralelas más cortas, o perpendiculares o,
simplemente, elementos dispersos en el plano, exactamente del mismo modo en que
el mecano puede convertirse en una torre o un coche o un muro. En esta primera
parte los miembros del grupo recuerdan las piezas de un juego de ajedrez que
alguien dispone sobre el tablero, casi como si se disputase una partida. Pero
el espectador está tentado de encontrar un patrón que explique los movimientos
de las piezas, de manera que estaría asistiendo al desarrollo de algo puramente
mecánico. Yo diría que el patrón no existe, más allá de lo dicho anteriormente
o quizá de una consigna muy general. Cuando buscamos ese patrón aplicamos de
forma espontánea lo que A. Baricco llama espera y repetición, algo que,
según él mismo sugiere, constituye el elemento más primario de la escucha
musical, y quizá en el caso que nos ocupa, de la improvisación que estamos
presenciando, en un sentido estructuralmente muy cercano al jazz, pues es
evidente que cada representación será distinta de todas las demás, aunque la
pieza sea la misma. También los gestos de Caterina parecen repetirse, pero en
realidad no son iguales.
Cuando Bach deja de sonar los miembros
del taller siguen a lo suyo, haciendo y deshaciendo esa casi hipotética hilera
a base de movimientos regulares y pequeños pasos y pasos más largos para los
desplazamientos de más recorrido. Entonces solamente escuchamos el sonido de
esos pasos sobre el parquet de la sala y parece que asistimos a la verdadera
liturgia de la danza, el movimiento desnudo, desprovisto de todo artificio.
La segunda parte de la pieza es más
orgánica y también más larga que la primera. Entre ambas se produce una
transición cuando la hilera se diluye y los bailarines vuelven a su posición
original, sentados entre el público. Ahora ya no se encuentran todos en escena,
sino que se van alternando, pues en este caso los movimientos han abandonado el
registro que tenían en la primera parte, ya no se limitan a ser piezas del gran
mecano, digamos que han adquirido cierta autonomía, son más complejos, y quizá
por este motivo no sería apropiado que todos los intérpretes se encontrasen
simultáneamente en escena, eso acabaría por impedir la concentración del
espectador, sería demasiado abigarrado. Ahora las repeticiones que llevan a
cabo los miembros del grupo son o bien individuales o bien por parejas. Nunca
encontramos, por el motivo expuesto, a más de una pareja y un individuo de
forma simultánea en escena. Las repeticiones individuales son muy variadas; en
cambio, las que se realizan por parejas presentan un elemento común: uno de los
miembros de la pareja parece estar a punto de caer de forma lenta, pausada,
subrayando el movimiento, mientras que el otro miembro le ayuda, también con
movimientos pausados, a que no se produzca el contacto con el suelo, una
especie de límite en este caso. La ayuda se produce de diversos modos: rodeando
con sus brazos la cintura de su pareja, sujetándole los glúteos, los brazos,
etcétera. A todo esto Bach sigue sonando. De hecho, esta segunda parte de la
pieza consiste básicamente en observar cómo unos y otros van alternándose y
llenando el espacio de la sala a dúo o en solitario. A veces se percibe una
cierta complementariedad entre la acción individual y la de la pareja.
Por último, se agradece que el grupo
no haya caído en una interpretación naturalista de la referencia que constituye
Caterina, es decir, en la pieza no apreciamos una imitación estricta de su
gestualidad, lo que, en mi opinión, habría resultado un recurso fácil
totalmente desacertado. Por otra parte, también me parece destacable el hecho
de que los movimientos ejecutados en escena no sean inasequibles para una
persona con una condición física más o menos normal, lo que democratiza de
alguna manera el espectáculo y lo aleja de parámetros más bien circenses. La
danza es pasión, y eso es lo que hemos visto.
Emilio Añón - Espectador del Taller de Creación 2014
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