martes, 14 de octubre de 2014

Sobre el Taller de Creación 2014






Caterina es una pieza de danza que ha creado el taller de la escuela de danza Botànic, dirigido por Gema Gisbert. Pero Caterina también es una adolescente muy especial, que se convierte en la referencia del trabajo realizado por el mencionado grupo. Se trata de una niña a la que su enfermedad le permite andar después de mucho esfuerzo y trabajo de estimulación, llevado a cabo sobre todo por Ana, su madre, pero no levantarse del suelo una vez se encuentra allí, para eso necesita ayuda.
          Antes de ver la pieza de danza propiamente dicha, asistimos a la proyección de un video en el que Caterina interactúa con los miembros del taller y se comunica con ellos. Se le ve feliz y da la impresión de estar muy relajada con la situación. Esas imágenes nos hacen pensar, inevitablemente, en el enorme valor terapéutico de la danza. Creo que la exhibición del video está más que justificada, pues de este modo uno ya conoce de primera mano a Caterina, su mirada, sus limitaciones motoras, su fragilidad, su risa, y eso hace innecesaria cualquier explicación que pretendiese introducirnos en el marco referencial de lo que vamos a presenciar.
          Después de ver el video pasamos a una de las aulas de la escuela, donde tiene lugar la muestra de la pieza de danza. La primera parte es quizá algo más formal que la segunda, también es más corta. Los ocho miembros del taller, Marta, Lucía, Maribel, Susana, Toni, Ana, Laura y Miguel forman, uno a uno, una hilera que Gema observa desde un rincón mientras se ocupa de la música: suena Bach. Esa fila integrada por ocho elementos se va diluyendo y a veces da la impresión de estar a punto de volver a constituirse, aunque eso no acaba de suceder finalmente. Es como un mecano o uno de esos juegos de construcción de los niños en los que las diferentes piezas se pueden unir o separar de diversos modos: se conectan de frente o de espaldas, también de perfil, a más o menos distancia unas de otras, entrando a formar parte de una hilera de piezas alineadas o abandonándola. Todos se mueven dando pequeños pasos, a veces solamente un par o tres, otras veces unos pocos más, en estos casos los pasos se hacen algo más largos. Así que, por ejemplo, dos miembros del grupo se miran de frente y en un instante se dan la espalda o tienen a otros dos miembros más entre sí, lo que tiene como consecuencia que la hilera se convierta sucesivamente en líneas paralelas más cortas, o perpendiculares o, simplemente, elementos dispersos en el plano, exactamente del mismo modo en que el mecano puede convertirse en una torre o un coche o un muro. En esta primera parte los miembros del grupo recuerdan las piezas de un juego de ajedrez que alguien dispone sobre el tablero, casi como si se disputase una partida. Pero el espectador está tentado de encontrar un patrón que explique los movimientos de las piezas, de manera que estaría asistiendo al desarrollo de algo puramente mecánico. Yo diría que el patrón no existe, más allá de lo dicho anteriormente o quizá de una consigna muy general. Cuando buscamos ese patrón aplicamos de forma espontánea lo que A. Baricco llama espera y repetición, algo que, según él mismo sugiere, constituye el elemento más primario de la escucha musical, y quizá en el caso que nos ocupa, de la improvisación que estamos presenciando, en un sentido estructuralmente muy cercano al jazz, pues es evidente que cada representación será distinta de todas las demás, aunque la pieza sea la misma. También los gestos de Caterina parecen repetirse, pero en realidad no son iguales.
          Cuando Bach deja de sonar los miembros del taller siguen a lo suyo, haciendo y deshaciendo esa casi hipotética hilera a base de movimientos regulares y pequeños pasos y pasos más largos para los desplazamientos de más recorrido. Entonces solamente escuchamos el sonido de esos pasos sobre el parquet de la sala y parece que asistimos a la verdadera liturgia de la danza, el movimiento desnudo, desprovisto de todo artificio.
          La segunda parte de la pieza es más orgánica y también más larga que la primera. Entre ambas se produce una transición cuando la hilera se diluye y los bailarines vuelven a su posición original, sentados entre el público. Ahora ya no se encuentran todos en escena, sino que se van alternando, pues en este caso los movimientos han abandonado el registro que tenían en la primera parte, ya no se limitan a ser piezas del gran mecano, digamos que han adquirido cierta autonomía, son más complejos, y quizá por este motivo no sería apropiado que todos los intérpretes se encontrasen simultáneamente en escena, eso acabaría por impedir la concentración del espectador, sería demasiado abigarrado. Ahora las repeticiones que llevan a cabo los miembros del grupo son o bien individuales o bien por parejas. Nunca encontramos, por el motivo expuesto, a más de una pareja y un individuo de forma simultánea en escena. Las repeticiones individuales son muy variadas; en cambio, las que se realizan por parejas presentan un elemento común: uno de los miembros de la pareja parece estar a punto de caer de forma lenta, pausada, subrayando el movimiento, mientras que el otro miembro le ayuda, también con movimientos pausados, a que no se produzca el contacto con el suelo, una especie de límite en este caso. La ayuda se produce de diversos modos: rodeando con sus brazos la cintura de su pareja, sujetándole los glúteos, los brazos, etcétera. A todo esto Bach sigue sonando. De hecho, esta segunda parte de la pieza consiste básicamente en observar cómo unos y otros van alternándose y llenando el espacio de la sala a dúo o en solitario. A veces se percibe una cierta complementariedad entre la acción individual y la de la pareja.
          Por último, se agradece que el grupo no haya caído en una interpretación naturalista de la referencia que constituye Caterina, es decir, en la pieza no apreciamos una imitación estricta de su gestualidad, lo que, en mi opinión, habría resultado un recurso fácil totalmente desacertado. Por otra parte, también me parece destacable el hecho de que los movimientos ejecutados en escena no sean inasequibles para una persona con una condición física más o menos normal, lo que democratiza de alguna manera el espectáculo y lo aleja de parámetros más bien circenses. La danza es pasión, y eso es lo que hemos visto.
Emilio Añón - Espectador del Taller de Creación 2014 

No hay comentarios:

Publicar un comentario